Antes, cuando en las noches
de Luna llena,
el último rincón de tu cuerpo
endulzaba mis labios
y tu boca ansiosa conquistaba
insaciablemente
el bálano del deseo irreprimible,
las estrellas inquietas deliraban
y sentían envidia por nosotros.
Ahora, la Luna y las estrellas nos extrañan;
y la brisa de la noche todavía
tiene tu perfume a rosas;
y en la quietud del aire de la noche
se pueden oír tus suspiros extasiados.
Absortas las tórtolas que enloquecieron,
desde que nos vieron amarnos.
Pero, si supieran que nosotros,
nos volvimos volcánicos,
cautivos de pasiones irrestrictas
de un secreto del amor prohibido.
Yo, encallado en el rincón de tu cuerpo
y tú, amada mía, reina divina
y gozosa
de tu cetro enhiesto del amor.
(Carlos Rafael)
Imágen de Internet

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