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EL SILENCIO DEL AMOR

Esa noche de primavera, después de un día caluroso, de mucho tiempo caminamos juntos por las calles del barrio que ya empezaban a silenciarse. Hablamos de todo un poco, y de momentos reíamos a carcajadas como unos niños alegres por las bromas que se nos ocurría. De pronto, contemplando los encantos de mujer que siempre  admiré de ella, le dije: "A lo largo de nuestra amistad de años, ¿por qué nunca pude decirte que te quiero mucho? "Ella se ruborizó; y me puse algo nervioso. Me miró profundamente con el alma y me sonrió con terneza. Pensé que tal vez fuí impertinente, inoportuno y hasta algo grosero.

Estuve por pedir me disculpara por mi desliz o atrevimiento; tal vez había estropeado nuestra larga amistad desde cuando fuimos estudiantes. Entonces, ella pronunció mi nombre con su voz suave que inspiraba quietud y a la vez despertaba unos deseos irreprimibles de abrazarla. Mirándome fijamente a los ojos, me respondió: "Yo no sé por qué jamás no me lo dijiste, tampoco no sé por qué nunca pude decirte que te quiero. Tenía miedo que me rechazaras."


Sin más palabras y explicaciones nos abrazamos con vehemencia entre las penumbras de aquella noche. La arrinconé suavemente en contra de la pared de una vetusta casona, sentí su cabellos fragantes, sedosos y extasiantes en mi rostro, la finura de su piel caliente y asperjado a miel en mi boca,  la besé y besé hasta desbordarme en su cuerpo de mujer alocante. Nos amamos desesperadamente, como si fuese nuestro único día de vida. Nos dijimos tantas cosas  que nos contuvimos en días, semanas, meses y años.  


Cuántos momentos de amarnos fueron perdidos por nuestro silencio. Pero, ese amor silente jamás revelado por nosotros, había por fin estallado apasionadamente.


(Carlos Rafael)

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